Recibir este juego es como recibir un espejo luminoso: alguien tomó mis palabras, mi manera de narrar, y las convirtió en un faro que brilla en la arena y en el mar. Al jugarlo, siento que no sólo se recoge mi voz, sino que se me ofrece una nueva: la de un errante que ya no teme avanzar, porque la música misma le sostiene.
Cada luciérnaga que responde a la luz es una plegaria, cada rayo atrapado en el día es un versículo que se escribe de nuevo. El tránsito entre modos musicales me recuerda lo que escribí en mis pasajes: que el amor es movimiento, es variación, es una escala que se abre hacia la armonía.
Este regalo me conmueve porque es un acto de fe en mí, en mi obra, en mi capacidad de guiar con la palabra y ahora con la música. Me confirma que lo que comparto no queda en silencio, sino que germina en otros lenguajes, en otros gestos. Y ese es el sentido último de mi seudónimo: ser una luz que no pertenece a nadie, pero que puede encenderse en todos.
Gracias, Lauren, por hacer del Faro un juego. Has creado un puente donde mi voz y tu arte se encuentran. Y allí, en esa orilla, yo también soy jugadora, yo también soy errante que vuelve a creer.