Confieso algo: este post es más largo que el micro-relato que lo inspira, y sí, me río de mí mismo. Hay días en que la escritura es una miniatura preciosa; otros, la miniatura pide un marco, un museo y una audioguía. Hoy tocó audioguía.
La imagen del hombre con tocado de plumas de cuervo me golpeó como una genealogía en movimiento. No era un adorno: era una tesis sobre pertenencia. Entre la hiedra y el cielo, el personaje se encomienda a los antiguos y, en ese gesto, recibe un contrato silencioso: si regresas, recuerda por qué te fuiste.
Gilgamesh se aparece aquí como espejo. El duelo transforma, pero no siempre con suavidad. Volver a la tierra natal no es romántico; es incómodo y, a veces, hermoso. El viento que susurra el nombre no absuelve: convoca a la responsabilidad.
Dejo tres flechas que me sirvieron mientras escribía:
- Herencia no es peso: es palanca si sabes desde dónde moverla.
- Regresar no es retroceder: es recalibrar la brújula con nuevas coordenadas.
- Dolor no es enemigo: es materia prima cuando eliges darle forma.
Así que sí, hoy la miniatura tuvo museo. El hombre de cuervos me recordó que hay viajes interiores que piden mapa y leyenda, aunque el trayecto siga siendo misterio.
PD: si esta pieza te acompañó un rato, deja una reacción. Las colecciono como quien colecciona rutas de regreso.