Hay algo mágico en ver cómo las palabras nacen. Cómo se organizan, respiran y dan vida a una historia que solo tú puedes contar.
Para mí, es como el próximo libro. Cuyo proceso actual es el de "maquetación"; tema principal de esta entrada. La historia de "El Huevo que volvió a cantar" habla de cómo un pajarito tiene una nueva oportunidad. Justamente, eso le pasa a los libros. Se redactan hasta que se termina y luego, sufren transformaciones. Una de ellas es esa: La maquetación del libro.
Escribir es, sin duda, una de las partes más hermosas del oficio. Poner palabras sobre la página, ver cómo cobran vida y cuentan una historia, es una experiencia mágica. Sin embargo, el acto de escribir no es lo único que da forma a un libro. También existe otra labor igual de importante: diseñar sus páginas para que cada elemento parezca sacado de un cuento fantástico, donde los píxeles susurran, se alinean y construyen algo precioso.
Podría compararse con levantar una casa. Cada parte tiene un propósito: los cimientos, la estructura, las divisiones, el revestimiento, el cielo y el techo. Luego están las ventanas y las puertas, que marcan los accesos y la manera en que el hogar respira. Sin olvidar los muebles y la decoración, que aportan carácter y calidez.
En un libro ocurre exactamente lo mismo:
- Los cimientos son el contenido: la historia, la idea, el alma que sostiene todo.
- La estructura es la organización, ya sea espacial o temporal, que le da sentido y coherencia.
- Las divisiones son los párrafos, los capítulos, la introducción, el prólogo y el epílogo: los muros y pasillos que guían al lector.
- El revestimiento es lo que protege y embellece la estructura: la puntuación, las comillas, los guiones, los paréntesis.
- El cielo es aquello que se ve desde el interior: la primera y última página, donde suele repetirse el título y aparecer el nombre del autor; a veces, con un detalle final… o con un silencio en blanco, como si la historia quedara suspendida.
- El techo es lo exterior: portada y contraportada, lo primero que atrae, lo que define la “fachada” de la obra.
Las ventanas y puertas son el diseño que define cómo queremos que el lector “sienta” el libro: la elección tipográfica, por ejemplo, con serifas (serif) o sin serifas (sans serif). Una fuente sans serif puede aportar fuerza visual en textos breves, pero dificultar la lectura en tamaños pequeños; mientras que las serifas suavizan y agilizan la lectura prolongada. Igual que en una casa no es lo mismo una ventana redonda que un gran ventanal, en un libro no es lo mismo una tipografía sobria que una elegante y ornamentada. Aquí entran preguntas como: ¿Qué género es? ¿A quién está dirigido? ¿Cómo se siente al leerlo? ¿Qué peso y textura tienen sus páginas? ¿Y, si es digital, cómo se experimenta en diferentes dispositivos?
Diseñar un libro es, en sí mismo, un arte. Un proceso en el que podemos involucrarnos directamente o delegar a profesionales, pero que siempre busca el mismo fin: lograr que la obra no solo se lea, sino que se viva. Y lo mejor de todo es que un libro siempre puede mejorar. Las nuevas ediciones nos permiten pulir detalles, refinar su apariencia y hacerlo tan hermoso por fuera como lo es por dentro… tal y como lo soñamos los autores.
Porque al final, todo libro es como ese pajarito del cuento: vuelve a cantar cuando le damos forma, cuerpo y alma.