Al pensar en este juego, quise hacer un regalo a Elysia, que adora esa historia; para ella es más que un relato: es una Biblia. Su propuesta tiene tanto potencial que, desde una mirada y un corazón humildes, podría inspirar una pequeña religión de amor que estos tiempos necesitan.
El faro ilumina el camino del errante; es una especie de llamamiento a la Divinidad suprema. Este juego no busca competir, sino provocar una sensación de relajo y pérdida de temor ante el encuentro.
De noche, el haz convoca luciérnagas; de día, atrapa rayos de color. Cada captura suena una nota y, cada cierto puntaje, la tonalidad transita entre modes: del jónico al lidio, del lidio al mixolidio, avanzando o volviendo como quien aprende a amar.
El camino del errante es al amor, como el tránsito entre modos es a la armonía.
Este juego es mi manera de trasladar un pasaje de su historia a otra forma: un sitio donde quedarse, respirar y dejarse guiar por la luz que ama.