Merci, poésie. Hay días en que la palabra llega como barco a la hora exacta: ni antes ni después. En el muelle del faro, la mujer que espero toma su báculo con gesto sencillo y la madera recuerda su oficio antiguo: no es arma, es compás.
A su alrededor, viajeros traen lenguajes cansados. Palabras que se volvieron ásperas de tanto rozar el miedo. Entonces la liturgia empieza: la voz se afina, la sílaba respira, la frase se inclina hacia la escucha. Lo que parecía lujuria desnuda encuentra abrigo; lo que sonaba a obscenidad se vuelve ritmo que aprende a cuidar. Eros, educado por la paciencia, se hace Ágape.
Cuando escribo, a veces siento que la página es un muelle y el párrafo, una pasarela. No todas las frases suben a bordo; algunas necesitan quedarse un rato mirando el agua hasta comprender que también son puente. La poésie ne ment pas, elle transforme.
Gracias por permitirme esta abundancia: convertir lo áspero en música sin borrar la verdad del deseo. Si te reconoces en alguno de estos viajeros, toma asiento a la luz del faro; la noche es larga, pero la brújula está encendida.