Ser un Renegado es como ser desterrado y negado al mismo tiempo. Eso es lo que sentí al escribir a Abelán, traicionado por su propia familia. Nació en una dinastía ambiciosa, donde la superioridad se confunde con poder, y la manipulación se disfraza de grandeza.
Para mí, lo doloroso fue mostrar cómo esa traición toca la fibra más profunda: la del sentido de justicia. Abelán decide abrirse, no como víctima, sino como respuesta. Quiere trascender, dar algo distinto, presionar al injusto y comprometer al justo.
Me resuena la frase de Burke: “Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada”. En La Casa Traverso, Abelán decide actuar. Decide no quedarse en silencio. Y ahí está el verdadero peso de ser un Renegado: no es huida, es oposición radical a lo injusto, aunque duela enfrentar a los propios.